viernes, 30 de julio de 2010

sexus, página 49


El dinero siempre hay que juntarlo en menos que canta un gallo y devolverlo a intévalos regulares y estipulados, ya sea con promesas o en efectivo. Creo que podría reunir un millón de dólares, si me dieran tiempo suficiente, y con eso no me refiero al tiempo sideral, sino al tiempo ordinario del reloj, de días, meses, años. No obstante, juntar dinero rápidamente, aunque sea el precio de un billete de metro, es la tarea más difícil que se me puede asignar.

Desde la época que abandoné la escuela he pedido y tomado prestado casi continuamente. Muchas veces he pasado un día entero intentando conseguir diez centavos; otras veces me han puesto en la mano fajos de billetes sin abrir la boca siquiera. Sé tan poco ahora sobre el acto de pedir prestado como cuando empecé. Sé que hay ciertas personas a quienes nunca, en ninguna circunstancia, debes pedir ayuda. Hay otras que te reservas para una auténtica emergencia, porque sabes que puedes confiar en ellas, y, cuando llega la emergencia y recurres a ellas, te decepcionan cruelmente. No existe una persona en la tierra en la que se pueda confiar absolutamente.

Para un sablazo rápido y cuantioso el hombre que has conocido recientemente, el que apenas te conoce, suele ser el candidato más seguro. Los viejos amigos son los peores: son duros e incorregibles. También las mujeres son, por regla general, insensibles e indiferentes. De vez en cuando piensas que alguien que conoces aflojaría, si persistieras, pero la idea de dar la lata e insistir es tan desagradable que te la borras de la cabeza. Los viejos suelen ser así, porbablemente a causa de su amarga experiencia.

Para pedir prestado con éxito, como para cualquier otra cosa, hay que ser un monomaniaco obsesionado por el tema. Si te puedes dedicar enteramente a eso, como con los ejercicios de yoga, es decir, de todo corazón, sin remilgos ni reservas de ninguna clase, puedes vivir toda la vida sin ganar un céntimo honradamente. Por supuesto, el precio es demasiado elevado. En un aprieto la mejor cualidad particular es la desesperación. El mejor camino a seguir es el más insólito. Por ejemplo, es más fácil pedir prestado a un inferior tuyo que a un igual o a un superior. También es importante estar dispuesto a comprometerse, por no hablar de rebajarse, lo que es un sine qua non.

El hombre que pide prestado siempre es un delincuente, siempre un ladrón en potencia. Nadie recupera nunca lo que prestó, aún cuando se le pague la cantidad con intereses. El hombre que exige que le pagen a toda costa, con lo que sea, siempre resulta engañado, aunque sólo sea por rencor u odio. Pedir prestado es algo positivo; prestar, algo negativo. Ser un sableador puede ser incómodo, pero también es estimulante, instructivo, como la vida. El que pide prestado compadece al que presta, aunque con frecuencia ha de soportar sus insultos e injurias.

Fundamentalmente, el que pide prestado y el que presta son uno y el mismo. Esta es la razón por la que, por mucho que se filosofe, no hay manera de erradicar el mal. Están hechos el uno para el otro, igual que el hombre y la mujer. Por fantástica que sea la necesidad, por demenciales que sean las condiciones, siempre habrá un hombre que preste oído, que afloje lo necesario. Un buen sableador emprende su tarea como un buen delincuente. Su primer principio es nunca esperar algo por nada. No quiere saber cómo conseguir dinero con las mejores condiciones, sino lo contrario exactamente. Cuando las personas indicadas se encuentran, la conversación se reduce al mínimo. Se toman el uno al otro por su valor nominal, como se suele decir. El presdtador ideal es el realista, que sabe que mañana la situación puede invertirse y el sableador pasar a ser prestador.

Sólo conocía una persona que lo entendiese correctamente y era mi padre. A él era a quien siempre guardaba en reserva para el momento crucial. Y fue el único a quien nunca dejé de devolver lo que debía. No sólo nunca me negó, sino que, además, me incitaba a dar a los demás del mismo modo. Siempre que le pedía prestado me convertía en un prestador mejor... o debía decir dador, porque nunca insistía en que me lo devolvieran. Sólo hay una forma de devolver los favores y es hacer favores, a tu vez, a quienes recurren a ti apurados. Saldar una deuda es totalmente innecesario, en lo concerniente a la contabilidad cósmica. (Todas las demás formas de contabilidad son un despilfarro y un anacronismo.) "No pidas prestado ni prestes", djo el bueno de Shakespeare, expresando un deseo a partir de su vida de sueño utópico. Para los hombres de la tierra, pedir prestado no sólo es esencial, sino que, además, debería incrementarse hasta proporciones desmesuradas. El tipo verdaderamente práctico es el insensato que no mira ni a derecha ni a izquierda, que da sin rechistar y pide desvergonzadamente.

Para resumir, recurrí a mi viejo y sin andar con rodeos le pedí cincuenta dólares. Para mi sorpresa, no tenía esa cantidad en el banco, pero me informó al instante de que podía pedirla prestada a uno de los otros sastres. Le pregunté si tendría la bondad dehacerlo por mí y dijo que claro, naturalmente, espera un momento. "Te lo devolveré dentro de una semana más o menos", dije cuando estaba despidiéndome de él. "No te preocupes por eso", respondió. "Cuando quieras. Espero que en todo lo demás te vaya bien".

Henry Miller, Sexus.

Siempre he querido ser tan libre como las voces que hablan en los libros de Miller. Espero algún día tener las agallas para serlo. Uno cree que este fragmento está hablando de dinero, pero a mí a ratos me da la impresión que de lo que está hablando Miller allí es de amor ¿No le parece?

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