miércoles, 19 de septiembre de 2012

A solas

¿Quieres que hablemos? Está bien empieza: 
Habla a mi corazón como otros días… 
¡Pero no!… ¿qué dirías? 
¿Qué podrías decir a mi tristeza?

No intentes disculparte: ¡todo es vano! 
Ya murieron las rosas en el huerto; 
el campo verde lo secó el verano, 
y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto. 

Amor arrepentido, 
ave que quiere regresar al nido 
al través de la escarcha y las neblinas; 
amor que vienes aterido y yerto, 
¡donde fuiste feliz… ¡ya todo ha muerto! 

No vuelvas… ¡Todo lo hallarás en ruinas! 
¿A qué has venido? ¿Para qué volviste? 
¿Qué buscas?… Nadie habrá de responderte! 
Está sola mi alma, y estoy triste, 
inmensamente triste hasta la muerte.

Ismael Enrique Arciniegas.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Una soledad ansiosa y absoluta...


Pero arriba, a la izquierda, a través de una ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta. 

Nadie se fijó en esta escena; pasaban la mirada por encima, como por algo secundario, probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial. Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero; no vio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela. 

La observé todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo de qué? Quizá, algo así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo número. Sin embargo, cuando desapareció, me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.

El Tunel, Ernesto Sábato.