Aquél bote, salvavidas de un barco mercante que conducía harinas de
Valdivia al norte, naufragó quién sabe dónde. Las olas lo botaron a esta
costa y ahora reposa en el huerto de mi casa, como un animal dulce y
familiar.
Como esos recuerdos que a pesar del tiempo sostienen aún su
huella inexpresable en los recodos del corazón, él conserva todavía
algas diminutas y marinas, líquenes del agua profunda, esa flora verde y
minúscula que decora las raíces de los barcos. Y yo creo ver aún las
huellas desesperadas de los náufragos, de los que en la final angustia
se agarraron a esta armazón marinera mientras la tempestad los perseguía
inmensamente.
Cuando el sol no se ha escondido aún, trepo a este
bote náufrago, abandonado entre las hierbas del huerto. Siempre llevo un
libro, que nunca alcanzo a abrir. Extiendo mi capa en la bancada y,
extendido sobre ella, miro al cielo infinitamente azul.
Viejos
recuerdos, sumergidos en el agua del tiempo, me asaltan. Siempre, en
sitios de soledad, me acechan estos indefinibles salteadores. Siempre,
en sitios de soledad, siento extranjera mi alma. Ruidos inesperados,
murmullos de voces desconocidas, cantos avasallados y nuevos cantos
vencedores, una música extraña e incontenible se quiebra sobre mi
corazón como el viento sobre una selva.
Mujer, en esos momentos te
amo sin amarte. En ti no pienso porque en nadie se detiene mi
pensamiento. Como un pájaro ebrio, como una flecha perdida, atraviesa
sin destino hasta perderse en la obscura lejanía.
Yo mismo no me recuerdo: cómo pudiera recordarte?
Pero
tu amor descansa más adentro y más allá de mí mismo. Vaso maravillado
que trajo hasta mis labios el vino más dulce, vaso de amor. No necesito
recordarte. Como una letra grabada profundamente, bástame hacer volar el
polvo impalpable para verte. No pienso en ti, pero abandonado a todas
las fuerzas de mi corazón, a ti también me abandono y me entrego, oh
amor que sostienes mis tumultuosos ensueños, como la tierra del fondo
del mar sostiene las desamparadas corrientes y las mareas incontenibles.
Pablo Neruda
miércoles, 26 de diciembre de 2012
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